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Opinión & Crítica

6 de enero: un año después de los disturbios en el Capitolio de los EE. UU. y todavía no hay cargos de insurrección

Las insurrecciones son actos organizados de violencia que buscan derrocar un sistema político, y han ocurrido en toda Centro y Sudamérica

Enero 6, 2022 9:50am

Updated: Enero 6, 2022 12:08pm

Este 6 de enero se cumple un año desde que un grupo de personas, en su mayoría partidarios de Trump, ingresaron ilegalmente al edificio del Capitolio de los Estados Unidos el día en que se convocó una sesión conjunta del Congreso para certificar formalmente a Joe Biden como presidente.

La izquierda, firmemente en control del Partido Demócrata, convirtió los sucesos del 6 de enero en su versión de la tragedia del incendio del Reichstag de 1933, que fue utilizada para justificar la intensificación de las medidas policiales por parte del Estado en toda Alemania.

Primero, y de primordial importancia, etiquetar el incidente de J6 como una “insurrección” es obsceno y fraudulento. Abusa de un lenguaje y unos conceptos que ya tienen una definición legal establecida, un abuso claramente guiado por objetivos políticos. Esto se debe a que los eventos del 6 de enero no se equiparan a una "insurrección".

Las insurrecciones reales son actos de violencia organizada cuyos objetivos con el derrocamiento de un sistema político, como han sucedido en toda Centro y Sudamérica.

Por ejemplo, en 1964, las Fuerzas Armadas Revolucionarias Marxistas-Leninistas de Colombia (FARC) iniciaron oficialmente una “insurrección” en la comunidad de Marquetalia para derrocar al gobierno colombiano.

En 1989, el terrorista Enrique Gorriarán Merlo formó parte de una “insurrección” contra la naciente democracia argentina y atacó el cuartel militar La Tablada en ese país.

El "Grito de Yara" de Cuba, fue una "insurrección" que marcó el inicio de la Guerra de los Diez Años (1868), es otro ejemplo de un intento, en el citado caso cubano, de terminar con el dominio colonial.

Estos ejemplos, y muchos otros como la revolución liderada por Fidel Castro que tuvo éxito en derrocar el sistema político de Cuba para introducir una nueva forma de gobierno, pueden ser calificados de insurrecciones porque contienen el elemento requerido de violencia premeditada, ejercida de manera coordinada, con el propósito de de derrocar el orden político existente.

No hay evidencia de que ninguno de los actos de los manifestantes en el Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero cumpliera con ese criterio, lo que explicaría por qué nadie ha sido acusado hasta ahora del crimen de “insurrección” o cualquier cosa que realmente implique un intento de desmantelar el sistema político de la nación.

Las acciones de la izquierda y sus cómplices que buscan demostrar lo contrario no se pueden racionalizar, aunque sí se pueden explicar por la virulencia contra el expresidente Donald J. Trump. Pero la izquierda no solo persigue a Trump. El 45º presidente es simplemente el mensajero, aunque uno que tuvo éxito en crear una conciencia cívica, a pesar de sus defectos de personalidad. Más de 74 millones de personas votaron por él por una razón en 2020, 11 millones más que en 2016.

Es muy posible que los demócratas nunca imaginaron que a Trump le iría tan bien en las elecciones y, como resultado, decidieron que se deberían cambiar las reglas del juego político. Los demócratas y los medios de comunicación han tratado el evento J6 como parte de una conspiración más amplia llevada a cabo por americanos "supremacistas / nacionalistas blancos", "transfóbicos" y "patriarcales".

Pero, quizás lo más sorprendente son otros eventos más violentos que ocurrieron y no fueron vistos por los mismos demócratas y medios de comunicación con el mismo nivel de crítica o escrutinio.

Durante la primavera y el verano de 2020, hubo más de 637 disturbios relacionados con los movimientos marxistas Black Lives Matter (BLM) y Antifa. Esto causó hasta $ 2 mil millones en daños a las estructuras públicas y privadas (los daños más grandes en la historia de los EE. UU.).  Más de 2,000 agentes del orden resultaron heridos y las revueltas cobraron más de 20 vidas. El 28 de mayo de 2020, el tercer recinto de la policía de Minneapolis fue incendiado por las turbas de BLM y Antifa.

Aún así, muchos demócratas que han calificado el incidente del 6 de enero como una “insurrección” racionalizaron abiertamente los disturbios organizados por BLM y Antifa. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, Washington, DC, la alcaldesa Muriel Bowser y la vicepresidenta Kamala Harris son solo una pequeña parte de los funcionarios públicos que han expresado su apoyo a las protestas de BLM o su "causa", y el vicepresidente incluso abogó por donar dinero para ayudar a los saqueadores, pirómanos y alborotadores que habían sido arrestados mientras cometían delitos.

Para los suscriptores de la teoría crítica de la raza y aquellos situados en la extrema izquierda, estos actos criminales iniciados por BLM fueron parte de una lucha política, y la premisa de victimología que subyace al marxismo cultural necesita siempre de un agresor y una amenaza. Por lo tanto, la brecha del 6 de enero fue convertida en una fábula racista de “terrorismo doméstico” para fomentar un patrón de maniobras políticas concebidas para el desmontaje de Estados Unidos.

Militantes de BLM irrumpían y ocupaban la Cámara de Representantes del Estado de Oklahoma, algo que provocó la interrupción de los asuntos oficiales durante un par de horas el 21 de abril de 2021. Durante las audiencias de confirmación del Senado para Brett Kavanaugh, más de 300 manifestantes se penetraron violentamente en  uno de los edificios del Senado de los EE UU, mientras el Capitolio los legisladores de Hill se salían disparados durante la invasión.

Pero la entrada violenta, ilegal y descarada a un edificio gubernamental donde se llevan a cabo asuntos políticos es una “insurrección” solo si existe antagonismo ideológico, de acuerdo a los preceptos de la izquierda. En lugar de considerar la gravedad de los incidentes antes mencionados, se hizo todo lo posible para que el país se concentrara en el el asunto del 6 de enero como una forma de condenar a Trump y así dañar su credibilidad  como para que no pudiera postularse nuevamente a la presidencia en 2024.

En realidad, las palabras exactas de Trump el 6 de enero fueron: “Hemos venido a exigir que el Congreso se comporte correctamente y solo cuente a los electores que han sido registrados legalmente, registrados legalmente. Sé que todos los aquí presentes pronto marcharán hacia el edificio del Capitolio para hacer oír sus voces de manera pacífica y patriótica".

A pesar de que esas palabras son no tienen nada que ver con la incitación a la violencia, poeteriormente los demócratas llevaron a cabo un fracasado juicio político al presidente. El FBI lanzó una intensa investigación, pero después de siete meses de búsqueda exhaustiva del FBI, la principal agencia de aplicación de la ley del país no encontró evidencia que sugiera que Trump, sus asociados o cualquier grupo de "derecha" planearon los eventos que ocurrieron el 6 de enero.

Esto explica por qué los cargos imputados a los presuntos agresores, muchos de los cuales se han quejado de las cuestionables condiciones en los centros de detención, no contenían acusaciones con connotaciones política como la insurrección, la sedición o la traición. Aún así, la insistencia de los demócratas de continuar con la Comisión del 6 de enero revela la urgencia de criminalizar toda disidencia para que el poder político de la izquierda se consolide y devenga indiscutible.

Aunque hubo lesiones que ocurrieron como resultado de lo que llegó a ser un motín, pocas personas murieron. Un oficial de policía del Capitolio que pereció, en realidad sufrió un ataque al corazón, fuera del edificio del Capitolio de los Estados Unidos. Aunque algunas personas murieron por lesiones físicas involuntarias, la única víctima de un "asesinato" fue Ashli ​​Babbitt, el veterano desarmado de la Fuerza Aérea al que un oficial de la Policía del Capitolio le disparó a quemarropa. Aunque esto fue trágico, difícilmente es evidencia de una "insurrección".

John Catanzara, de la Orden Fraternal de Policía de Chicago, quizás lo dijo exactamente. "No hubo incendio premeditado, no hubo quema de nada, no hubo saqueos, hubo muy poca destrucción de la propiedad".

Al final, el incidente del 6 de enero sirvió le vino de perillas a la izquierda. Los medios de comunicación aplificaron la narrativa izquierdista, hicieron lucir a todos los republicanos como peligrosos racistas con propensión a la violencia y la traición. La decisión de continuar impulsando esta narrativa falsa sugiere que los eventos del 6 de enero serán usados como un arma política en las próximas elecciones presidenciales de mitad de período de 2022 y 2024.

Irónicamente, este es el verdadero secuestro del sistema político de Estados Unidos: la manipulación de la verdad y la caracterización errónea de la ley a fin de impulsar una agenda política. Afortunadamente, el pueblo estadounidense es muy sagaz, y a menudo es capaz percibir la deshonestidad cuando la tiene delante Por el bien del futuro de la nación y de su narrativa histórica, es imprescindible asegurarse de que el 6 de enero se recuerde con precisión y honestidad en lugar de ser explotado para conveniencia política.