Cultura
Rodrigo Abd, testigo del horror en Ucrania: “En la guerra un fotoperiodista debe ser lo más humano posible”
El fotorreportero Rodrigo Abd, ganador del Pulitzer y uno de los primeros en documentar la masacre de Bucha, conversa en exclusiva con ADN América
Mayo 18, 2022 4:00pm
Updated: Febrero 17, 2023 4:32pm
La mano de una anciana en una sábana ensangrentada, sobre la tierra; la de una mujer calcinada por el fuego; la de un hombre que quedó sepultado en el lodo, rozando las botas de otro fallecido. Son manos de civiles ucranianos muertos en la guerra. Rodrigo Abd las retrató.
También fotografió a Tanya Nedashkivs’ka, de 57 años, hincada en el suelo, implorando; a bebés recién nacidos en un sótano convertido en guardería; a los hermanitos Vlad Tanyuk (6 años) y Vova (10 años) jugando sobre la tumba de su madre, enterrada en el jardín de la casa.
El fotorreportero argentino, ganador del Pulitzer, fue uno de los primeros en documentar la matanza de Bucha, tras la retirada de tropas rusas de ese suburbio cercano a Kiev, la capital de Ucrania.
En sus más de 20 años de trayectoria, el corresponsal de la agencia estadounidense Associated Press (AP) también ha sido testigo de conflictos en Afganistán y Centroamérica, golpes de estado, desastres naturales y protestas sociales.
Abd pasaría más de un mes registrando con su lente el horror humano y la devastación ocasionada por el ataque ordenado por el Kremlin. Pero nada como lo visto en Bucha, donde se hallaron cientos de civiles asesinados.
“Fue el centro del conflicto. Cuando los rusos se fueron, los periodistas vimos allí un panorama desolador, muy trágico”, cuenta Abd en exclusiva a ADN América.
Había “decenas de cadáveres regados en las calles, mucha destrucción, una iglesia con una fosa común donde se encontraron casi 100 cuerpos; gente que se murió dentro de sus casas, por ser víctima de los ataques armados, o porque que fueron despojados de cualquier cuidado –como muchos ancianos–, y fallecieron de hambre o frío. No había electricidad en un invierno tan crudo como el ucraniano. Pasaron cosas similares en Irpin y en Hostómel, otros distritos muy cercanos, pero fue en Bucha donde se concentraron las mayores atrocidades”.
Sin embargo, el gobierno ruso niega las acusaciones de crímenes de guerra contra sus tropas en Ucrania y sostiene que hechos como la masacre de Bucha son “montajes” de Occidente. ¿A partir de su experiencia como uno de los primeros reporteros que llegó allí y de su contacto con la población local, qué cree de esa narrativa del Kremlin?
“No se pueden ꞌmontarꞌ centenares de muertos y una destrucción masiva. Todo eso no se puede montar. Todo eso es producto de la guerra (…) estamos hablando de crímenes contra la población civil, de crímenes contra ancianos.
Es lógico que Rusia quiera desmentirlo, pero nosotros lo vimos con nuestros propios ojos, como también vimos soldados rusos calcinados. En una guerra el escenario es tan desolador que hay abusos de todo tipo y al final los civiles son los que pagan el gran precio”.
Abd afirma que el foco de los periodistas debe ser “en la población civil [que] es la que más sufre, la más indefensa, la que queda en medio de un fuego cruzado, sin alimentos ni tener cómo escapar. Son los más débiles. Ellos fueron los que sufrieron descarnadamente la ocupación rusa en Bucha y en todos los lugares. Y eso es lo que intentamos documentar con nuestras fotografías, videos, las historias de la guerra”.
Entre esas historias, una se hizo viral en la internet: la de los hermanos Vlad (6 años) y Vova Tanyuk (10 años), a quienes el fotógrafo encontró jugando cerca de la tumba de su madre. Mayra, de 33 años, murió de “depresión y terror” tras permanecer dos semanas en un sótano oscuro escuchando los constantes bombardeos y con un frío intenso. Se desvaneció en el sótano y ya no pudieron reanimarla, ha explicado Abd. En un patio, con dos maderas en forma de cruz sobre la tierra, descansa su cuerpo.
Después de hacer su trabajo, usted regresó a conocer a Iván, el padre de los niños, quien perdió a su esposa cuando la ciudad estaba cercada por los rusos. También inició una campaña para recaudar fondos para la familia. ¿Cree que sus imágenes, además de documentos históricos sobre la guerra, ayudaron a profundizar la solidaridad con las víctimas?
“Fue gratificante para mí esta cobertura porque las fotos sirvieron no solo para documentar y mostrar al mundo lo que está pasando, sino también para ayudar directamente a las familias. Vlad, su hermano y hermanita, se quedaron sin madre y el padre perdió el trabajo, vivían en un apartamento prestado… Ese crowdfunding que se armó a partir de la foto publicada en muchos lugares del mundo, hizo que la familia pudiera recaudar unos miles de dólares para reconstruir su vida y salir adelante”.
En Ucrania “muchas familias perdieron todo y necesitan ayuda económica real. La familia de Vlad nos agradeció profundamente cuando fuimos a visitarlos varias veces. Eso me da energía para creer que lo que hacemos los fotoperiodistas es importante”.
Abd espera que “las fotos también sirvan como un documento para que, por una vez y por todas dejen de haber guerras en el mundo, son absurdas”.
¿Qué tiene en cuenta a la hora de fotografiar a personas fallecidas en medio de un conflicto bélico, y en el momento de compartir estas imágenes?
“Hay que ser respetuoso cuando uno está retratando el dolor de los demás, de las familias y los sobrevivientes, y también hay que respetar la figura del fallecido. Con la fotografía intentamos documentar de la manera más contundente para poder impactar en las mentes de un público global, pero al mismo tiempo hay que hacerlo con respeto y empatía hacia las personas. Esa empatía también va a ayudar a que nos abran puertas y las víctimas muestren cómo viven, cuenten qué es lo que les pasó, que se abran.
Es un momento muy traumático. Si mostramos interés y humanidad, también los retratados se humanizan a pesar de su dolor. No solo nos abren las puertas de su casa con bondad, sino que cuentan su historia de una manera más profunda, que es lo que necesitamos. Necesitamos un periodismo más profundo, humano, que pueda llegar al público anestesiado después de ver tanta guerra y dolores. Necesitamos historias personales, mostrar sus caras, las familias, sus dolores… Eso es lo que intentamos hacer cada día que nos levantamos en medio de un conflicto”.
Con otros colegas de la agencia estadounidense AP, Rodrigo Abd ganó el premio Pulitzer 2013 en la categoría Fotografía de Actualidad, por su cobertura de la guerra civil siria, donde también intervino Rusia.
Abd, nieto de sirios, ingresó al país árabe en febrero de 2012 por la frontera con Turquía. Registró la dramática situación en la provincia de Idilib, al oeste de Siria, y de la ciudad rebelde de Alepo, epicentro de la guerra. Una de sus fotos premiadas de la cobertura del conflicto y que sería una de las más conocidas, es la de Aída, una mujer desesperada en el hospital donde murieron sus dos hijos y su esposo, tras un bombardeo que destruyó su vivienda.
Usted trabajó en asignaciones especiales de AP: la agitación política en Bolivia (2003); la intervención en Haití (2004) y el terremoto que ocurrió allí en 2010; cubrió elecciones en Venezuela (2007 y 2012). En 2010, se incorporó a las tropas estadounidenses en Afganistán y en 2011 reportó el conflicto en Libia. ¿Cómo maneja el miedo?
“Es importante sentir miedo. Me hace estar alerta y saber que debo protegerme. Son lugares donde uno es muy vulnerable como reportero del conflicto. No podemos olvidar que han muerto varios periodistas en Ucrania. Hay que hacer nuestra labor, pero con cuidado. No somos soldados, somos reporteros y tenemos que contar la historia del país. No somos ni deberíamos ser héroes, soldados, tener experiencia militar, solo estar preparados para contar historias con el mayor profesionalismo posible, cuidarnos, protegernos entre nosotros y ser lo más humano posible dentro de un ambiente muy deshumanizante como es la guerra”.
A pesar del horror, el dolor y la desolación que reflejan sus fotos, uno encuentra cierta belleza, mucha sensibilidad…
“Lo mismo en Cuba, Venezuela, Afganistán, México, Argentina, Brasil que en Centroamérica, intento que las imágenes sean estéticamente interesantes, atractivas visualmente, pero eso no basta. Eso solo es una forma de manejar bien el universo de la imagen fotográfica que viene de la cultura, las bellas artes y que hace que atrape al lector o al televidente cuando ve una imagen bella. Pero no funciona si al mismo tiempo no contiene un mensaje, la historia, la sensibilidad del momento y que refleje al ser humano, su dolor, esa lucha por la supervivencia que tienen muchos de los personajes en los conflictos, la lucha por la vida y la justicia. Hace 20 años he estado tratando de combinar esos dos universos que van desde la estética hasta el heroísmo, el documento, la humanidad… toda esa combinación hace que una imagen sea relevante, que perdure y nos llegue, y no se pierda en el sinfín de fotos que inundan las redes y todos los sistemas hoy”.
¿Y qué le dice su familia cuando está cubriendo una guerra?
“Se preocupan cuando viajo a lugares conflictivos. Mis padres están mayores, a veces tienen mucho temor. También mi esposa Lorena, mi hija Victoria… Siento que sin esa fuerza que me dan ellos, sin esa crianza maravillosa que tuve de chico, sin ese amor que tuve toda la vida y que ahora tengo de mi esposa y mis amigos, no podría hacerlo. Ellos se preocupan, pero intento hacer todo lo posible para despejar las dudas. Trato de estar comunicado ahora que la tecnología ha mejorado mucho, trato de hacer llamados diarios, pero el temor es inevitable y tratamos de lidiar con eso también. Ellos entienden que para mí es un trabajo muy importante y me apoyan mucho. Sin ese amor profundo no podría hacer esto nunca”.