Cultura
29 de febrero: La verdadera historia del año bisiesto
A mediados del siglo I a.C., el calendario romano estaba casi tres meses desfasado respecto al año solar, cuando el emperador César decidió reformarlo por completo
Febrero 29, 2024 11:36am
Updated: Febrero 29, 2024 12:13pm
Febrero es sin duda el mes más singular del año. Dura menos de 30 días y es el único que tiene una extensión variable: normalmente de 28 días, pero cada cuatro años –como ocurre este 2024– se le suma un día más, el 29. Aunque muchos le atribuyen hasta mala suerte, su historia tiene otros antecedentes.
El día bisiesto, según recogen los documentos, es una invención de los romanos, la primera potencia global del mundo occidental, a la que se le deben hoy gran parte de las costumbres que se practican.
Todo comenzó en el año 46 a.C., cuando Julio César reformó por completo el calendario romano entonces vigente, que llevaba un desfase de varias semanas respecto al año solar, y añadió un día repetido en febrero cada cuatro años para ajustar el año humano al astronómico (una vuelta de la Tierra alrededor del sol, que se produce cada 365’25 días).
Ese calendario, “el que menos yerra acerca de esta anomalía del tiempo”, de acuerdo al historiador Plutarco, no contemplaba un 29 de febrero propiamente dicho, sino un día repetido, el sexto antes del comienzo de marzo, de ahí la denominación de bisiesto. Un día bis que ha acabado convertido milenios después en un 29 de febrero por cuestiones prácticas.
Los romanos atribuían a Rómulo, fundador y primer rey de la ciudad, su primer calendario, que constaba de 10 meses. Esos meses, que iban de marzo a diciembre, totalizaban 304 días. Enero y febrero eran como un tiempo en el limbo que se dejaba pasar hasta el inicio de la primavera.
Algunos eruditos aseguran que “los romanos contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días y dando a otros treinta y cinco”.
Hay otra variante del mito, y es que las legendarias historias de Rómulo y Numa, difíciles de creer, sirvieron a los romanos para explicar la estructura de un calendario surgido en época etrusca que se mantuvo vigente durante siglos, con meses de 31 días y de 29.
Se daba respuesta de esta manera a una superstición romana que databa desde tiempos remotos, la cual consideraba los números impares como un signo de buena suerte. Así, Numa (o quien fuera el inventor del calendario republicano) habría transformado los meses “huecos” (de 30 días) en “plenos” (de 29, número impar, de buen augurio, igual que el 31).
A mediados del siglo I a.C. la necesidad de un calendario fiable para Roma era evidente. Plutarco contaba que “las fiestas y los sacrificios, alteradas las épocas poco a poco, venían ya a caer en las estaciones opuestas”. El año del tercer consulado de César (46 a.C), el comienzo del año civil, se había adelantado nada menos que 67 días al año astronómico. Entonces fue que Julio César tomó la drástica decisión de añadir 90 días extras a ese año y establecer el año civil en base al curso del sol.
A partir de ahí se estableció un nuevo calendario de 365 días repartidos en 11 meses de 30 o 31 días y otro de 28, inspirado en el calendario solar egipcio, el más perfecto hasta entonces conocido, creado en el Mediterráneo,
Con el objetivo de ajustar las casi seis horas de más del año sideral respecto al año “humano”, César hizo repetir un día cada cuatro años. En la nomenclatura romana se denominaba bis sextus diez.
Este calendario rigió los imperios romanos y la Europa cristiana durante 1 600 años, hasta que el papa Gregorio XIII introdujo un nuevo ajuste que aumentó todavía más su precisión. Es este el que ha llegado hasta nuestros días.