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Opinión & Crítica

Occidente frente al desafío del inminente declive de China

Es difícil dimensionar la capacidad de daño que puede ejercer un régimen poderoso y represivo que percibe con claridad que en un corto o mediano plazo se le cerrará la ventana de oportunidad

President of the People's Republic of China, Xi Jinping during the G20 summit in Hangzhou, China
President of the People's Republic of China, Xi Jinping during the G20 summit in Hangzhou, China | Shutterstock

Septiembre 1, 2023 9:06am

Updated: Septiembre 1, 2023 9:25am

En los últimos 20 años las democracias occidentales no han tomado con la debida seriedad la amenaza que para las libertades individuales de sus ciudadanos representaba el ascenso económico y geopolítico de China, y ahora se encuentran ante el nuevo e inesperado desafío de comprender las peligrosas consecuencias regionales y globales que tendrá el inminente estancamiento y declive de Beijing. 

Es difícil dimensionar la capacidad de daño que puede ejercer un régimen poderoso y represivo que percibe con claridad que en un corto o mediano plazo se le cerrará la ventana de oportunidad de, por ejemplo, intentar invadir Taiwán o de seguir coaccionando a empresas multinacionales para que le transfieran su propiedad intelectual. 

¿Por qué el desafío que significa el declive de China ya ha dejado de ser una posibilidad para ser casi una certeza? Esencialmente, por la concatenación de 4 factores principales: 

1) El amesetamiento en las tasas de crecimiento: el país ya no crecerá a tasas chinas y apenas consolidará en la próxima década tasas de crecimiento de alrededor del 3% anual después de haber crecido por 30 años a 9% promedio.

 2) La impactante e inexorable implosión demográfica que enfrentará el país en los próximos 40 años, una implosión sin antecedentes en la historia reciente. 

3) La consolidación de un modelo autocrático y cada día más arbitrario liderado por Xi Jinping, quien cambió las reglas del juego -de por sí represivas- en el XX Congreso del partido celebrado en octubre de 2022 para permanecer indefinidamente en el poder. 

4) La dimensión social de la crisis, que quedó en evidencia ante el malestar causado por la gestión ineficaz y distópica de la pandemia. Frente a la irrupción del COVID-19, Beijing exhibió las características típicas de una dictadura clásica: la incapacidad para abordar lo inesperado, la represión y manipulación de la información, la arbitrariedad en la asignación de recursos limitados y la tendencia a recurrir a teorías conspirativas para explicar los problemas internos.

Así pues, el inminente declive de China es principalmente consecuencia directa de la concatenación de estos 4 factores. La cuestión es entonces analizar las particulares características de esta amenaza en curso. Hasta el 2020 o 2021 la amenaza a las libertades individuales para el resto del mundo y para las minorías dentro de la propia China provenían del notable crecimiento económico y geopolítico de Beijing, pero en un lapso de 2 años las amenazas principales a las libertades provienen de su declive. 

Es importante destacar este contraste, que tiene pocos antecedentes en la historia moderna. Un actor poderoso y represivo comprende la inminencia de una creciente debilidad y, como resultado, reacciona generando el daño que cualquier actor, todavía poderoso y despótico, puede ocasionar. 

El ejemplo de Taiwán es representativo: Beijing y Xi Jinping entienden muy bien que se enfrentan a un estancamiento económico y que ello desembocará en la necesidad de buscar complementar su actual capacidad militar con la agitación y uso del nacionalismo. La combinación es brutal: una dictadura empoderada por el notable crecimiento de los últimos 30 años, donde el Producto Bruto Global (PIB) fue de un 2.3% en 1980 y en 2022 había aumentado hasta llegar al 18.9%, se enfrenta a un inminente estancamiento económico y a una implosión demográfica en medio de una artificial disputa territorial con Taiwán.

Tal disputa será aprovechada por Beijing para cohesionar internamente a una población que ya ha comenzado a percibir que las oportunidades de progreso económico que hasta la pandemia, en 2020, aparecían fácilmente, han dejado ahora de ser regla para convertirse en excepción. Ese creciente descontento será manipulado políticamente por un régimen represivo que, es necesario reiterarlo, representa, en términos económicos, la dictadura más poderosa de la historia de la humanidad. 

De este modo entramos en un territorio geopolítico desconocido y somos testigos de una combinación inédita: jamás ha existido un régimen represivo tan integrado financiera y comercialmente a las sociedades abiertas, el cual, luego de haber prosperado en forma excepcional, ahora se encuentra frente a un proceso de estancamiento y declinación que lo llevará, muy probablemente, a utilizar ese enorme poder represivo acumulado para exacerbar un espíritu nacionalista que apuntará a Taiwán -y a otras sociedades abiertas, en general- para generar los conflictos que el régimen necesita en pos de consolidar de nuevo su poder, ese que hoy se ve amenazado por esta nueva realidad económica tan delicada. 

Luego de la inexplicable incapacidad de las democracias liberales para enfrentar con convicción la tentación material que supuso la integración comercial y financiera con un proceso represivo de tal envergadura, como el de la China contemporánea, occidente se enfrenta ahora al desafío y a la obligación de lidiar con la amenaza que supone el estancamiento chino. Así, si la extorsión pasada estaba relacionada con la tentación material que generaba el potencial ingreso al mercado chino, la extorsión presente será, incluso, más delicada.

En lo adelante el conflicto se centrará en evitar la reacción de un gigante herido y las serias consecuencias geopolíticas que ello podría acarrear. Si en el pasado reciente quien alzaba la voz para remarcar la inconveniencia de hacer negocios con China era mirado despectivamente, aunque con cierta condescendencia, ahora quien alce la voz para remarcar que la declinación china representa una amenaza aún mayor sobre, por ejemplo, Taiwán, será probablemente acusado de intentar azuzar un potencial conflicto bélico en lugar de contribuir a moderar a las partes. 

Es posible que nos enfrentemos a quienes nuevamente pretendan llamar al diálogo con dictadores para (Kissinger dixit) “buscar puntos” de acuerdo, en lugar de “exacerbar conflictos”. La inminente declinación china planteará un nuevo desafío a las sociedades abiertas: para responder de manera efectiva a este fenómeno es crucial comprender que negociar con déspotas no refleja moderación, sino ingenuidad.