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Opinión & Crítica

Francia pierde su cultura, sus fronteras y el sentido de nación

Durante los últimos 3 días Francia ha estado en llamas; no hablamos de forma figurada, literalmente el país está siendo incendiado por radicales

A storekeeper cleans a Macron graffiti written on the storefront in Paris, France, 30 June 2023
A storekeeper cleans a Macron graffiti written on the storefront in Paris, France, 30 June 2023 | Shutterstock

Junio 30, 2023 1:39pm

Updated: Junio 30, 2023 8:44pm

“Multiculturalismo e integración, multiculturalismo e integración, multiculturalismo e integración” han gritado sin cesar los burócratas de Bruselas en las últimas décadas. No hay espacio para disentir, todo mandatario de la Unión Europea que se oponga será considerado un paria por el territorio soberano y verá automáticamente cómo su nación empieza a ser castigada financieramente por Bruselas. Se lo pueden consultar a Orbán.

Durante los últimos 3 días Francia ha estado en llamas; no hablamos de forma figurada, literalmente el país está siendo incendiado por radicales que han explotado vehículos, incendiado bibliotecas, saqueado comercios, herido a miembros de las fuerzas de seguridad, luego de que un policía disparara a un adolescente de 17 años de piel negra que escapaba de un punto de control en un vehículo.

Inmediatamente la ONU y otros organismos internacionales han sacado a relucir una vez más las banderas del racismo y otras causas afines y, aunque lo más probable es que el policía haya hecho un uso desmedido de la fuerza —en caso de ser así sería injustificable—, lo que ha sucedido después es una clara demostración de que el Estado francés ha perdido por completo el control de sus fronteras.

El pasado noviembre de 2015 se cometieron varios ataques terroristas en París que dejaron un saldo de 130 personas asesinadas y más de 400 heridos por parte de atacantes suicidas islamistas radicales; meses antes se había producido el atentado terrorista de Charlie Hebdo, en el que 12 periodistas fueron asesinados, y, si seguimos al día las noticias del país europeo, veremos una cantidad elevada de ataques con motivaciones religiosas e ideológicas —como el del refugiado sirio que apuñaló a 4 bebés en Annecy hace un par de semanas— que no solo no han sido contenidos por las fuerzas de seguridad, sino que tampoco han generado repudio en la sociedad, mucho menos las protestas que provocó este último altercado entre el policía y el adolescente negro.

La verdad es que los franceses han perdido su identidad como nación y su cultura, se han dejado atropellar por el burocratismo internacional que clama “unión, tolerancia y diversidad” de aquellos que solo ingresan a su país buscando imponer sus leyes o destruyendo a los que disienten.

No se trata de estar a favor o en contra de la migración. Personalmente, siendo un migrante, sería estúpido pronunciarme en contra de estos fenómenos que generalmente ocurren cuando, como en mi caso, llegan al poder tiranos sociópatas que arruinan a las naciones supuestamente para “combatir la pobreza y la desigualdad” y terminan generando mayor miseria y encarcelando a quienes discrepan.

Regresando al punto inicial de este escrito, los fenómenos migratorios deben estar bien regulados debido al problema que enfrentan las sociedades cuando se topan de frente con el multiculturalismo; esa idea fantasiosa de la unión funciona muy bien en películas y en libros de ficción, pero en la realidad es mucho más difícil de conseguirse de lo que parece y eso se debe a que los musulmanes no buscan asimilarse a la nación que los acoge, sino, por el contrario, quieren que esa nación se moldee a ellos, lo que conduce a un problema estructural sociológico imposible de combatir con la “inclusión”.

Yo personalmente decidí migrar a Estados Unidos porque respeto su cultura, sus instituciones, su religión, y he decidido voluntariamente integrarme a ellos sin dañar a nadie y tratando de ofrecer mi aporte a la nación que me abrió las puertas para rehacer mi vida luego de que la desgracia del socialismo devastara a mi querido país natal. Sin embargo, lamentablemente, una parte más radical de los musulmanes que están huyendo de conflictos en países árabes llegan a las naciones europeas próximas a su territorio, no para asimilarse, sino para destrozar todo lo que no resulte acorde a su cultura y visión más extrema de la religión.

El hermoso multiculturalismo que hoy nos quieren vender los burócratas de la Unión Europea y otros organismos internacionales, no solo son el caldo de cultivo para una mayor conflictividad, guerras por territorio y violencia generalizada, sino que, a su vez, forman parte de la destrucción de las nacionalidades, costumbres y sentimientos de una nación.

A fin de cuentas, nación es el conjunto de personas de un mismo origen que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición en común. Quebrantar esta noción es dar pie al inicio de interminables confrontaciones bélicas como las que se vivieron hace varios siglos, en los que las fronteras de los territorios eran borradas y trazadas a conveniencia por el más fuerte y/o violento.

Respetar la diversidad no es mezclarlos a todos para conseguir una raza humana homogénea donde todos recen al mismo Dios y todos seamos manejados por el mismo Gobierno; es, por el contrario, defender la soberanía y cultura de los pueblos para que cada quien pueda mantener vivas sus propias costumbres en su propio territorio y no volvamos a épocas ancestrales donde, a falta de comunicación, había que dirimir conflictos territoriales con arco y flecha.

Hoy los burócratas de Bruselas nos están llevando a una guerra. Francia como nación está dejando de existir, la están perdiendo los propios franceses y, si no hacen algo para revertirlo, dentro de unos años se hará realidad la distopia de Michel Houellebecq en su novela “Sumisión” y terminarán todos rezándole a Alá.