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Opinión & Crítica

Ideología y fe: la batalla ideológica se traslada al terreno religioso

Empiezo a creer que esta es una batalla que no puede ganarse con un enfoque netamente ideológico, pues la realidad nos agobia a diario con ejemplos de asuntos que no pueden ser tratados únicamente en el campo político, a través de legislaciones. Libramos una guerra cultural, ideológica, pero también religiosa y espiritual en Estados Unidos.

Batalla ideológica del bien y el mal
Batalla ideológica del bien y el mal | Shutterstock

Mayo 29, 2023 12:04pm

Updated: Mayo 29, 2023 12:04pm

Desde hace décadas se viene gestando en Estados Unidos una guerra silenciosa que amenaza con hacer colapsar la nación más poderosa del planeta en el último siglo. Historiadores y analistas han comparado lo que ocurre actualmente en el país con los momentos finales del saqueo y la destrucción de Roma por los bárbaros.

En el presente nadie duda que, lamentablemente, Estados Unidos es un imperio en decadencia, lo que no sabemos es si la situación es remediable o si, por el contrario, continuará cayendo en picada cada año.

He sido uno de los que hablan desde hace años sobre la guerra cultural, una guerra que se desarrolla no solo en Estados Unidos, sino a lo largo de lo que conocemos como civilización occidental. Sin embargo, empiezo a creer que se trata de una batalla que no puede ganarse con un enfoque netamente ideológico, pues la realidad nos agobia a diario con ejemplos de asuntos que no pueden ser tratados únicamente en el campo político o a través de legislaciones.

Cuando vemos a un grupo de padres y maestros que, en nombre de la ideología de género, piden los genitales de sus hijos, sin importarles los grandes problemas que ello pudiera acarrear a los chicos y chicas en la adultez, comprendemos que no se trata de una lucha únicamente ideológica.

Cuando observamos que, cada vez de forma más abierta, las personas presumen de símbolos satánicos, de odio y violencia, y que cada vez son más frecuentes los tiroteos masivos, no podemos pensar que el problema vaya a resolverse con disposiciones políticas: evidentemente, en Estados Unidos libramos una guerra cultural e ideológica, pero también religiosa y espiritual.

A pesar de haber nacido en Venezuela y tenido una crianza católica, hoy me considero agnóstico. Mi racionalidad supera mi fe, aunque ciertamente no lo considero una virtud. Mi planteamiento sobre el origen del problema en Estados Unidos lo he enmarcado como un asunto netamente ideológico, debido a la penetración del marxismo en las instituciones y universidades, entre otros factores. No obstante, en los últimos meses he comenzado a pensar que mi agnosticismo me había cegado, impidiéndome mirar un poco más allá y llevándome a descartar lo que, en opinión de muchos, es una guerra espiritual que corroe los cimientos de la nación.

El pasado fin de semana estuve en Chicago con mi familia. Durante un paseo, entramos a una cafetería cercana al Riverwalk donde nos atendió una chica cubierta de tatuajes en el rostro, el cuello y el resto del cuerpo, llena de piercings y con un collar gigante de Baphomet colgándole del cuello. Al vernos, su primera reacción fue mirar fijamente al cuello de mi esposa, del que colgaba una cadena con la cruz cristiana. La chica apenas podía ocultar su incomodidad.

Para mí, ese fue el resumen del encuentro de dos mundos absolutamente irreconciliables. El incidente me llevó a hacerme las siguientes preguntas: ¿Desde cuándo en Estados Unidos la gente porta abiertamente símbolos del satanismo sin ningún tipo de pudor? ¿No le molesta al administrador de la tienda y a los propios dueños tener empleada a una persona así en su local? ¿Deberíamos seguir normalizando ese tipo de patrones de conducta?

Aclaro que no se trata de un moralismo exacerbadamente conservador. Yo también tengo tatuajes y tuve piercings en mi adolescencia; también yo, en ciertas etapas de mi vida, bebí alcohol sin moderación e hice una que otra estupidez. Pero, llegar a los 30 y tantos años con el rostro y el cuerpo tatuados con expresiones de odio, con al diablo colgado al cuello, mirando con rencor y tratando mal una persona que porta una cruz, va mucho más allá de lo que podría considerarse “normal” en la sociedad.

Ciertamente, la mayoría de los temas que se debatían a nivel político en Estados Unidos el siglo pasado corresponden a asuntos puramente ideológicos. Cada una de las partes exponía sus soluciones o creencias en términos económicos o sociológicos con el propósito de encontrar puntos en común que condujeran a soluciones. Sin embargo, en la actualidad aquel país dejó de existir.

¿Cómo tratar a una sociedad devastada, con miles de personas manifestándose a favor de mutilar a los niños, asesinar bebés, una sociedad que porta con orgullo símbolos satánicos, que aborrece la institución de la familia, una sociedad que se droga y se daña a sí misma, y que, debido al odio prevalente, crea núcleos que, de tanto en tanto, deciden llevar a cabo tiroteos masivos para acabar con la vida de multitud de desconocidos? ¿Es de índole ideológica la solución para esos males?

La última confrontación entre DeSantis y Disney es otro ejemplo de que las ideologías ya no pueden ofrecer soluciones. Soy creyente de las doctrinas de pensamiento liberal clásico y, por haber nacido en Venezuela, he podido observar el enorme daño que el socialismo y el colectivismo generan en las sociedades. Es por eso que me produce alergia el intervencionismo estatal en las actividades económicas. Sin embargo, ¿cómo explicar el hecho de que una empresa esté intentado avanzar con la promoción de una ideología que podría destruir el futuro de sus propios hijos? En asuntos tan extremos como este, la ideología o la política se vuelven insuficientes, porque en una batalla campal entre el bien y el mal, el mercado no puede efectuar correcciones drásticas.

Si bien, por un lado, no soy partidario del intervencionismo estatal en la economía, por el otro, creo que las acciones de DeSantis lograron equilibrar la balanza y quitarle a Disney los privilegios de los que había gozado por décadas, obligándo a la compañía a tener que competir con el resto de las empresas en igualdad de condiciones, sin gozar de autonomía especial sobre el territorio en el que opera.

Estés o no de acuerdo con DeSantis, es lamentable que en Estados Unidos estos asuntos se hayan convertido en temas de debate, polarizando a la población y generando conflictos que parecen interminables. Que en programas de radio y televisión, así como en las calles y en las redes sociales, se hable más sobre el permiso para la castración de nuestros hijos que sobre el grave peligro de endeudamiento que afecta a nuestra economía, es otra prueba de lo mal que estamos como sociedad, y de que hoy la llamada “guerra cultural” ha mutado al campo espiritual y religioso.

Lo que antes se presentaba como capitalismo contra socialismo, o libertad contra marxismo, hoy parece haber evolucionado a una batalla entre el bien y el mal en la cual las personas ubicadas a la izquierda en el campo ideológico abogan por medidas antilibertarias y colectivistas, posicionándose a favor de causas no solo inmorales, sino con un trasfondo criminal y maléfico.

Realmente, no existe una solución simple para un problema tan complejo. Ni hay guerras netamente culturales o netamente ideológicas, como tampoco las hay puramente religiosas. Se trata, más bien, de la lucha entre el bien y el mal, entre el sentido común y la inmoralidad, entre quienes aman la vida y a sus familias y quienes desprecian a aquellos que logran ser felices y amados. No nos queda más que reconocerlo o perecer, como ocurrió antes con otros imperios.